Países como Francia, Alemania e Italia lo rechazan, mientras la Real Academia Española habla de “prejuicios ideológicos” y mantiene sus dudas. Solo Portugal y Suecia legislan sobre la materia
MADRID. El lenguaje inclusivo se mantiene como punto de discordia en el continente europeo. El debate creció hace escasas fechas, cuando el presidente de la República francesa mostró su contundente rechazo. Emmanuel Macron instó a no ceder ante «los aires de los tiempos», bajo la premisa de que, en francés, «el masculino es neutro» y puede representar tanto hombres como mujeres. Lo dijo durante la inauguración de la llamada Ciudad Internacional de la Lengua Francesa, una nueva institución de promoción del francés en la misma localidad en que el rey Francisco I, en 1539, impuso esa lengua en los actos administrativos en su país.
El presidente francés defendió la importancia del idioma común –“siempre habrá múltiples lenguas en la República y una lengua de la República”– como herramienta de unión nacional, porque ha quedado asociada a los valores republicanos como la «de la universalidad y de la libertad» y un instrumento de emancipación. «La lengua francesa construye la unidad de la nación» y, según él, es «un cemento» que explica la relación de la nación con los valores republicanos.
En un completo artículo sobre el asunto, el periódico digital Vozpopuli recuerda que Italia –bajo la presidencia de Giorgia Meloni– ha adoptado también una línea de rechazo absoluto hacia el lenguaje inclusivo. En marzo de 2023, la Academia de la Crusca –homóloga de la RAE– tiró por tierra los signos como el asterisco o la «e» invertida como opciones lingüísticas para un lenguaje con más paridad de género en los escritos jurídicos. Esta decisión surgió tras la reunión que mantuvo el Comité de Igualdad de Oportunidades del Consejo Directivo del Tribunal Supremo con la Crusca, donde se aclararon las dudas sobre cómo respetar la paridad en las actas judiciales y documentos burocráticos de toda índole. Los académicos italianos recalcaron que «en una lengua como el italiano, con dos géneros gramaticales –el masculino y el femenino–, el mejor instrumento para que se sientan representados todos los géneros y orientaciones sigue siendo el masculino plural no marcado».
Según Vozpopuli, Alemania, por su parte, también se ha desmarcado del lenguaje inclusivo. Lo hizo en el pasado reciente y también en la actualidad. Es cierto, todo sea dicho, que Alemania aprobó en agosto de 2018 la existencia de un tercer género en el registro civil, ideado para personas cuyo sexo no «está definido en el momento en el que nace», siguiendo el mandato del Tribunal Constitucional. En 2021, la entonces ministra interina de la Mujer, Christine Lambrecht, arremetió contra el lenguaje inclusivo, distribuyendo una circular a todas las instituciones bajo la jurisdicción de su ministerio, en la que pedía que no se emplearan asteriscos, barras, arrobas y neoformas del lenguaje inclusivo. A nivel local, Kai Wegner, alcalde de Berlín, ha descartado recientemente el uso del lenguaje de género neutro.
Otros dos países, en cambio, sí se han posicionado a favor del lenguaje no sexista. Se trata de Portugal y Suecia. Nuestros vecinos aprobaron, en enero de 2019, que, en todos los documentos oficiales, se sustituyese «derechos del hombre» por «derechos humanos», en aras de fomentar el lenguaje inclusivo y, por ende, la igualdad. El Consejo de Ministros portugués consideró que aprobar estas políticas era clave para continuar «reconociendo el progreso de los derechos fundamentales en los últimos setenta años».
Suecia, como adalid del progresismo y la igualdad, oficializó hace ya ocho años, en 2015, el pronombre neutro en su diccionario oficial. Tras el masculino “han” y el femenino “hon”, los suecos llevan años utilizando “hen”, que carece de género. Lo que empezó siendo algo del movimiento feminista acabó derivando en una actualización oficial en la Academia Sueca.
Hay otros países como Reino Unido que, si bien no han dado luz verde por completo al lenguaje inclusivo, sí han distribuido un documento al Departamento de Educación desde el Gobierno central para tratar adecuadamente a las mujeres en campañas del sistema nacional de salud o a la hora de hablar de productos de higiene femenina, como compresas y tampones.
En España también existe un amplio debate sobre el asunto. La Real Academia España mantiene la posición que estableció hace tres años en un documento titulado Sobre sexismo lingüístico, femeninos de profesión y masculino genérico: Posición de la RAE. La Academia concluyó entonces –y reitera ahora– que el aserto de que la lengua castellana es sexista –como dicen los movimientos feministas, convirtiendo la frase “ya casi en un dogma”– incurre en la “generalización acrítica de las medias verdades”. “Aplicada a la lengua misma –prosigue el documento de la RAE–, es una acusación tan inconsistente como tildar de ponzoñosa a una copa por el hecho de haber sido recipiente de un veneno o de un barbitúrico”.
Según la Real Academia, es una “evidencia irrefutable” que han existido, existen y existirán mensajes sexistas e, incluso, textos y géneros claramente misóginos. Pero tal sexismo y misoginia no son propiedades de la lengua, sino los usos de la misma. No son inherentes al sistema (no son sexismo de lengua), sino valores que se adquieren en el uso, a causa de la intencionalidad de los emisores o de sus “prejuicios ideológicos” (sexismo de discurso).
Para la Real Academia Española, no son responsabilidad del medio, sino de los hablantes. Y está circunstancia, en ningún caso, se corrige mejorando la gramática, “sino erradicando prejuicios culturales por medio de la educación”, sentencia la máxima autoridad en nuestro país sobre la lengua castellana.